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E inclusive durante la "muerte", considerada un estado, un paso a nuevas formas de existencia, la momia tenía responsabilidades y obligaciones; de ahí la importancia que le asignaban al respeto y cuidado de sus mallquis y lugares sacros, por que éstos eran parte de su armonía cosmogónica para alcanzar y mantener el bien común.
La fuerza de trabajo en consecuencia no comprendía solamente a la edad productora terrenal, sino también la siguiente. La momia a la que se le denominaba mallqui no significa muerte, fin. Mallqui significa momia pero también reserva, despensa y ellas continuaban contribuyendo a la producción, al control social, a la vida de la comunidad, porque formaban parte de ésta.
La vida y la muerte es una unidad eterna. Se vive en el estadio de los vivos, pero también en el estadio de los muertos. Tal vez encontró en el maíz esta explicación. Los granos de la mazorca cambian de forma, se desprenden de la planta que vive enhiesta; pero conservan la vida, pues al volver a la tierra germinarán, fructificarán y así eternamente continuarán secándose y naciendo.
Los difuntos iban al seno de la tierra y regresaban, no concluía su existir. Transitaban de un estado a otro. El mayor castigo era no ser sepultado, entonces sí definitivamente terminaba su circularidad eterna, no volverían, no visitarían a sus familiares y comunidad, jamás regresarían.
Esta condición no sólo correspondía a los seres sino también a sus pertenencias; y como el difunto adquiría un nuevo estado también sus vestidos y objeto de uso personal poseían esta cualidad. De ahí que no siempre se puede vestir la cuhsma de otro por el temor al espíritu, ni siquiera tocarlas, y si lo hacen se visten con el objeto de adquirir las virtudes que ocultan; pero por lo genera eran quemadas en el caso de los incas o sepultadas con sus propietarios.
Su mundo es el equilibrio de las fuerzas visibles e invisibles que operan en los hombres, la estructura cósmica sobre la que sustenta su vida, la tradición colectiva y su individualidad, ejercen dinámicamente una acción que lo conducen inexorablemente a valorar la vida (estadio presente) y la muerte (estadio pasado y futuro). Al nacer se está más cerca de la muerte, pero también de la vida, por lo tanto el fin no existe, la muerte es una etapa temporal.
A partir de la dimensión de su cosmos, lo comprende y actúa. El Siec («Señor») no era su jefe político, su rey, un estrato superior, desvinculado y extraño a su vivencia; sino el símbolo de su unidad, el padre, la sacralización misma de su mundo. Por ello lo camuflaron en sus ritos, esperando el retorno en su devenir circular y algunos sectores lo esperan aún, por que es la única manera de comprender la vida.
A la circularidad del tiempo corresponde una circularidad social: el ayllu, que es un eterno presente. En él actúan las diferentes formas de vida aportando al bien común. De ahí que la partición del producto sea para el kay y para el ukhu. El producto final correspondía en consecuencia a la familia extensa o linaje; los niños, adultos, ancianos, que participaron e inclusive minusválidos y enfermos, y por supuesto a sus dioses y momias a quienes se les entregaban alimentos y objetos suntuarios.
La familia era la totalidad en su fuerza productora basada en la circularidad del tiempo y en la circularidad de la acción de sus miembros; tales principios fueron suficientes para construir los canales que admiramos con la direccionalidad de abstracciones matemáticas.